miércoles, 19 de diciembre de 2018

XXXI. Vieja bruja


Acordaron no seguir avanzando. Si daban un paso más podían echarlo todo a perder. Iba a ser un lío y, además, ninguno de los dos estaba dispuesto a romper nada, justo ahora que la vida iba a velocidad crucero. Sabían que la felicidad es un rato y después volver a la rutina. Ni se atrevieron a mencionar la secreta fantasía de mandar todo al carajo.

Foto: IG @raichijk_daniel
Era un poco grotesco verlos allí sentados, uno frente al otro, dos teóricos analizando una aventura que no debía pasar a mayores, organizando la argumentación de por qué convenía poner allí mismo el punto final. Todo tan estratégico y bienintencionado. Pero temblaban; era un ligero temblor que emanaba ternura y no se quitaban la mirada de encima. Estaban aterrados, ya arrepentidos antes de darse el abrazo final, que duró una eternidad.

La señora observó toda la escena a una distancia algo imprudente, tan acostumbrada a ser invisible para los demás. No había podido evitar detenerse delante de ellos y quedárselos mirando, un poco incrédula ante tanta estupidez. Qué ganas de decirles a esos dos que basta, que se quieran de una vez. Que la vida en general no da tiempo para organizar todo tan decorosamente. Pero mirá si le iban a hacer caso a esta vieja pordiosera.

Valeria Sampedro
#microhistoriasdeamor

domingo, 16 de diciembre de 2018

XIX. Comer solo


Detestaba ese momento del día. En general era la cena la que lo encontraba parado frente a la mesada de la cocina devorando un revuelto de mil ingredientes y sabor indefinible, o una hamburguesa, o directamente unas fetas de fiambre con pan del chino. Cuando sentía culpa de tal desorden alimentario se preparaba una milanesa de soja. El resto de las veces, pedía delivery. Esas noches comía frente al televisor, sentado a la mesita ratona.
Foto:  IG raichijk_daniel
La ceremonia duraba nada, tanto como tardaba en masticar, deglutir y llevarse inmediatamente otro tenedor a la boca. Con suerte 10 minutos; cuantos menos platos sucios, mejor. Pensar las horas que habían pasado discutiendo (con ella) sobre a quién le tocaba lavar.
Ahora, en cambio, reinaba el silencio. Pero llevaba su soledad con arrogancia. No iba a caer en la farsa del celular. Jamás sería del montón de comensales que sacan fotos al plato de comida ¿para compartir con quién? ¿para demostrar qué?
Cuánto mejor ser un misántropo, que un idiota que publicita su (in)felicidad.

Valeria Sampedro.
#microhistoriasdeamor

domingo, 9 de diciembre de 2018

XXV. Big bang


Se cruzaron por única vez en aquel aeropuerto desbordado y sellaron un pacto sin palabras. Si iba a ser un amor al paso, mejor no saber nada del otro.
El temporal había obligado a cancelar todos los vuelos. En medio del gentío ellos dos se tocaron sin querer; y sintieron una descarga.
Foto: IG @raichijk_daniel
Difícil resistir la alienación del cuerpo cuando queda sacudido por otra piel. Las valijas estaban ya despachadas, no tenían nada que perder.
Terminaron desnudos y exhaustos en una cama alquilada al costado de la ruta, que le facturarían después a la aerolínea. No debía quedar rastro alguno de aquel big bang.
Volvieron al aeropuerto en silencio. Un poco perplejos por el compás perfecto que había alcanzado el encuentro anónimo. Cómo podía él saber los tiempos, la manera en que a ella le gustaba que la acariciaran. Cómo ella adivinó que él se desarmaba de placer cuando lo besaban justo ahí. Y lo rica que era. Y lo bien que él se movía.
Se despidieron con un beso en la mejilla y fueron arrastrados por el mar de gente que unas horas antes los había encontrado. Ni los nombres llegaron a decirse.


Valeria Sampedro.
#microhistoriasdeamor

lunes, 12 de noviembre de 2018

XXX. El espejo interior


Había sido una noche difícil; larga y desvelada. Una noche de esas en que replanteas tu mundo de inconsistencias, en que quedas al desnudo, tan ridículo y desamparado.
Estaba solo. Bueno, tenía su millón de amigos virtuales, su departamento con vista al río, su whisky onderocs, sus sában
Foto: IG: @raichijk_daniel

as de seda, su agenda de compañías aleatorias. Pero estaba solo en el más triste sentido de la ausencia.

De pronto lo supo y no pudo contener el llanto. Lloraba a mares, como un chico, con un desconsuelo irremediable. En qué momento se había vuelto tan estúpido.
Intentó sobreponerse, limpiarse la cara, aclarar la garganta y no pudo evitar volver al celular, a chequear los likes de su felicidad prefabricada. Pero la pantalla salpicada de lágrimas le devolvió un efecto refractario de su estupidez y pensó: son esos, los pedazos rotos de mi espejo interior.

Valeria Sampedro.
#microhistoriasdeamor

lunes, 5 de noviembre de 2018

XXIX. Fin del idilio


La verdad es que ella tenía ganas de comer pizza, no sushi, a la salida del cine. Ya la elección de la película había supuesto una concesión cuando le mintió que daba igual ver la de Alex de la Iglesia en lugar de la comedia italiana. El registro de aquel ínfimo cortocircuito le generó un frunce en el ceño. Nada importante. Todo se acomodó después y una vez en casa cogieron divinamente.
Foto: IG @raichijk_daniel
Cuando se despertó, como a las 9, le dieron ganas de ir a tomar mate al balcón. El la abrazó en un movimiento que era habitual y un poco automático pegándose por completo a su espalda, quedate acá conmigo, suplicó, le acarició el pelo como a ella le gustaba, con la yema de los dedos por el cuero cabelludo desde la nuca.
Ella se dio media vuelta, le dio un beso en la boca que le resultó pastoso y se deslizó suave por las sábanas hasta salir de la cama.
Mientras ponía la pava observó el desastre del living, un cenicero con puchos, el control remoto debajo de la mesa, papelitos de caramelos por todos lados. Por qué era tan desordenado.
Se puso a leer al sol. No lo esperó para el mate, total cuando por fin se levantara podría renovarlo y tomarían juntos otra ronda. Qué ganas de volver a desayunar con pomelo y tostadas. Hoy compro, pensó.
Advirtió la secuencia de pequeñas rebeldías a esa rutina de dos y entendió lo que estaba pasando: volvía a registrar su deseo. El suyo individual, fuera de la simbiosis.
No era el fin del amor, podía significar justo el principio.

Valeria Sampedro.
#microhistoriasdeamor

miércoles, 31 de octubre de 2018

XXVIII. El idiota


No lo vio venir. O se entusiasmó demasiado pronto, tan propensa a la comedia romántica.
Su lista de requisitos básicos estaba incluso excedida -treintipico, soltero, ojos castaños, barba incipiente, foto en guitarra y zapatillas- cuando likeó su perfil y habilitó la cita.
Habrán chateado una semana; nada relevante, un par de chistes simpáticos aunque sobredosis de jajas y demasiada selfie en las redes. Mal de la época, pensó; no se iba a dejar amedrentar por eso.
Se juntaron en un bar de San Telmo. El tipo la esperaba en la barra con una cerveza fría y su mueca de galán que no fallaba nunca. La charla fue trivial y aquel idilio plagado de gestos prefabricados resultó suficiente para que ella terminara en su departamento.
IG: @Raichijk_daniel
Nada funcionó esa noche. Ni la música, ni la bebida, se quedaron muy pronto sin tema de conversación y cuando apuraron los besos para aplacar la falta de diálogo sus bocas no congeniaron tampoco. Insistieron; fue el sexo más anodino que ella recordara haber tenido jamás. El pucho del después tuvo que ser con medio cuerpo asomado a una ventana mientras él rociaba con Lysoform el ambiente. Ya a esa altura su mueca de adonis resultaba irritante pero cuando vislumbró sobre la mesa ratona un libro de autoayuda directamente pensó en salir corriendo. No llegó a hacerlo, el idiota le ganó de mano. Mañana madrugo, te pido un taxi preguntó.
Dejá, prefiero caminar.

Valeria Sampedro.
#Microhistoriasdeamor

jueves, 4 de octubre de 2018

XXVII. Metáfora de la luna


El manual de instrucciones del nos estamos conociendo indicaba que ahora debía esperar. Al menos un par de días. Convenía evaluar el tráfico de likes, asimilar el efecto del último encuentro, calcular cuántas veces pensaba en él durante el día. Revisar el grado de respuesta. En definitiva, medir el impacto.
Foto: IG @raichijk_daniel
Nada de eso tenía en la cabeza cuando se puso a escribirle una invitación descarada para que volvieran a encontrarse. Pero justo antes de mandar el mensaje se acordó del instructivo ese y del último consejo de su psicóloga, evitá quedar expuesta. Así que decidió esperar. Uno, dos minutos. Tres. Diez. Qué era esa sobreactuación de indiferencia. Ella no era así. Trazar una estrategia para simular que no te gusta el chico que te gusta. Todo raro. ¿Y sus ganas?
Divagaba sobre cuestiones cuando el semáforo se puso en rojo. Las luces de la noche se alinearon en una metáfora perfecta: era la prohibición o la luna.
Se puso a pedalear con determinación hasta aquel edificio en el que había estado hacía unas horas. Ató la bici en el arbolito, se sacó el casco y sin pensar demasiado tocó el 3ro D.

Valeria Sampedro
#Microhistoriasdeamor

viernes, 28 de septiembre de 2018

XXVI. Noche de blues


¿Me está mirando a mí?
Sí, lo miraba a él. Acababa de descubrirlo, en el fondo del salón, aferrado a su vaso de cerveza, los ojos achinados y esa boca un escándalo que se veía desde el escenario. Lo miraba de reojo y quebraba su voz de gata blusera hasta quedarse sin aire. ¿Estará solo?
Foto: IG @raichijk_daniel
Sí, estaba solo. Venía de romper una relación y ahogaba su pena en aquel antro mientras pensaba qué canción más triste y también pensaba qué belleza de mujer. ¿Está llorando?
Sí, lloraba. Un poco por la canción triste y otro poco porque Quién me va a querer así rota.
Yo! dijo él en voz alta. Pero miraba a la barra, desde donde un minuto antes habían preguntado quién pidió la cuenta. ¿Se va?
Sí, estaba a punto de irse. Guardaba la billetera en el bolsillo trasero del jean cuando la vio acercarse. ¿Viene hacia mi?
Sí, iba. Se arrimó tanto que él debió retroceder un paso. Le pareció aún más hermosa con ese reflejo azul que le cruzaba la cara.

Te vas... dijo ella.
¿Me quedo? preguntó él.

Valeria Sampedro.
#microhistoriasdeamor

jueves, 13 de septiembre de 2018

XXIV. Dejarlo ir


Nada más triste que la última cita. Ese encuentro en lugar neutral para decirse adiós civilizadamente con un café de por medio, o con suerte algo de alcohol. Desde cuándo el amor suponía tanta burocracia. Despedirse. Avisarle al otro los porqués, qué tedio.
Por suerte eligieron un bar con una cerveza tirada riquísima. En verdad habían pasado muchas noches borrachos de amor en esa taberna, no se si era el sitio indicado. Al menos, no iba a faltar épica.
Ph. IG: @raichijk_daniel
A la tercera ronda él creyó que ya era suficiente, tenía ganas de besarla y proponerle volver a intentarlo, así que agarró la campera, le acarició el huesito ese donde nace la mandíbula y se fue antes de que su chica (su flamante ex) lo viera llorar.
Ella apuró su birra de un trago y salió casi detras suyo. Sacó un cigarrillo (fumaba negros), se apoyó en la columna del bar y lo vio alejarse. Pensó, qué gran amor.


Valeria Sampedro.
#Microhistoriasdeamor

lunes, 3 de septiembre de 2018

XXIII. La pregunta


Qué hay de comer. Era su frase a modo de saludo, cada noche, mientras se quitaba el abrigo y colgaba las llaves en el ganchito de la pared junto a la puerta. Le daba un beso en la mejilla, decía eso y se iba un rato a la habitación mientras ella terminaba de poner la mesa, apagaba el fuego, cortaba unas servilletas del rollo de cocina, se servía otra copa de vino.
Ph. IG: @raichijk_daniel
Está la comidaaaa.
Era el momento en que coincidían los tres. Ella, él sentado justo enfrente, y el nene en la punta. Sin la tele, sin celulares a la vista. Casi sin diálogo. Ni siquiera un atisbo de tensión en el ambiente. Nada. Una cordial indiferencia. El ruido de los cubiertos contra los platos, cómo te fue en el trabajo, normal y a vos, bien. Me pasas la sal, llamaron del banco. El gorgoteo de la bebida en los vasos, me llené, dale no comiste nada, te dieron tarea, acordate que mañana lo vas a buscar vos, ey comé, ey!!!!!

¿Cuándo se van a separar?

Valeria Sampedro.
#microhistoriasdeamor

martes, 28 de agosto de 2018

XXII. Power gym


Jamás hasta esa tarde sus fantasías se habían relacionado con nada que tuviera que ver con un gimnasio. Nunca.

Si había algo que no le agitaba en absoluto la libido era el prototipo de chabón musculoso con la tablita de lavar y el ego suspendido en sus bíceps. A ella la ibas a conquistar con aspecto desgreñado, pancita de cerveza y una cuota razonable de ironía. Improbable que se cruzara al hombre de sus sueños entrenando (y para amante mejor alguien menos ególatra).

Ph. IG: @raichijk_daniel
Pero el tipo que ahora indicaba el próximo ejercicio tenía algo que le llamó la atención. Era nuevo, nuevísimo ese profe, morrudo, ojos negros y la voz tan ronca; marcaba el ritmo de cada movimiento con una cadencia que daban ganas de parársele enfrente, mirarlo fijo y decirle, con las pulsaciones a 150 por minuto, ¿vos estas provocando o me parece?

Bajo profundo, ordenó a su clase. La música al mango y ella tan al fondo del salón, tan testaruda y sudada, con la barra atravesando sus hombros, las piernas flexionadas y abiertas, con el resto de su energía a punto de expirar aunque decidida a obedecer.

No hubiera querido ese final tan penoso, tan obvio y patético. Pero. El calambre la dejó indefensa en la colchoneta. El se acercó, le cubrió con las dos manos el abductor y empezó a masajear.

Valeria Sampedro.
#microhistoriasdeamor

viernes, 24 de agosto de 2018

XXI. Loco de amor


Caminaba solo por una calle oscura de Almagro. Caminaba a contramano, de la calle y del mundo. Su mundo del revés donde empezaba a sentir que ya no tenía nada que hacer.
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Esa noche se cumplían diez años del abandono. Diez años detenido en el tiempo esperando que ella regresara. Su vida se había puesto en pausa aquel día en que el otro plato de comida qued
ó intacto sobre la mesa, junto a la copa de vino, la velita en el candelabro de plástico, el teléfono que ni sonó. Y un anillo de Plata 900, finito, todo lo que podía pagar, para pedirle casamiento.
Pasó del desconcierto al odio, a la tristeza, al llanto, a la negación, al desconsuelo. Hasta esa noche de aniversario en que decidió dejar de esperarla. Armó un bolsito mínimo, cargó la petaca, el atado de cigarrillos y se fue.
Caminaba solo por esa calle oscura cuando se cruzó con un vecino; lo paró y le preguntó: ¿Dónde queda el mar?

Valeria Sampedro.
#microhistoriasdeamor



martes, 21 de agosto de 2018

XX. Soberanía emocional


Se levantó liviana ese día. Un solazo entraba por el ventanal. Se preparó el mate, puso la radio, chequeó mensajes, comió un par de tostadas, regó las plantitas del balcón. Hacía un frío helado.
Ph. IG: @raichijk_daniel
A media mañana registró que llevaba horas sin pensar en él; que por primera vez en meses su cara no era lo primero que le venía a la cabeza al despertarse, lo último antes de rendirse al sueño. Y sonrió.
Era reconfortante la sensación de respirar hondo y que la exhalación no se convirtiera en suspiro. Tan incrédula de su repentina ingravidez que ensayó el ejercicio unas cuantas veces. Si, la opresión en el pecho se había esfumado.
Decidió abandonar el pijama, guardó las medias de lana en la cajonera. Se vistió decentemente, agarró la bici y salió a andar, sin rumbo fijo.
Inútil apurar los tiempos del desamor, un día indefectiblemente la tristeza desaparece.

 Valeria Sampedro.
#microhistoriasdeamor

viernes, 17 de agosto de 2018

XVIII. Los mil y un besos


Todos en una sola noche. Una larguísima y hermosa noche que los vio enredarse entre las sábanas de su casa, la de ella.

Se besaron tanto. Pero tanto. Se besaron despacito, se mordieron los labios, la lengua, los dientes. Se besaron el cuello, los lóbulos de las orejas, la punta de la nariz, los párpados, las pestañas. Se lamieron los hombros, el ombligo, los muslos. 

Ph. IG: @raichijk_daniel
Se besaron la boca de nuevo. Se miraron, se comieron con la mirada y retomaron los besos. Las pantorrillas, los talones, los dedos de los pies. Las manos.

Durmieron un rato y en plena madrugada se despertaron a los besos. Y vuelta a empezar. Cuando llegó la hora de irse se besaron otra vez. Se besaron tan largo que eso no parecía una despedida sino una continuidad. No paraban. Ya no quedaba rincón para besar así que repitieron. Mil, mil uno, mil dos, otro rato interminable.

Ya había amanecido cuando por fin se fue. Y no volvió a llamarla.

Valeria Sampedro.
#microhistoriasdeamor


miércoles, 15 de agosto de 2018

XVII. Dos plazas, una enormidad


Siempre había sido de ocupar el lado derecho de la cama. Habían cambiado de departamento, estado de vacaciones, incluso acampado, pero invariablemente cada noche acomodaba las pantuflas, o la ojotas, su libro, ahora su celular y los anteojos al alcance de su mano más dúctil.
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Dormía hacia adentro. Mirándola a ella, abrazándola casi siempre, hasta que los vencía el sueño y cada uno se hundía en su sector del colchón.
Fue durísimo cuando ella se fue. Sobre todo por ese espacio vacío en la cama; por el recorte helado de la mitad izquierda de la sábana, por la otra almohada intacta. Y, claro, su ausencia.

Valeria Sampedro.
#Microhistoriasdeamor

jueves, 2 de agosto de 2018

XVI. Animal

Para él, el amor más que una experiencia era un estado de ánimo. Y la búsqueda de felicidad casi nunca tenía el correlato épico que quería para su vida. Así que normalmente estaba solo o, de a ratos, mal acompañado.
Solía enamorarse desesperadamente. Hasta los huesos. Y era un animal, puro instinto, nada de especular ni hacer cálculos de conveniencia; se quedaba en carne viva, cada vez. Pero sus declaraciones de amor, tan shakesperianas, asustaban a cualquiera que tuviera un mínimo sentido de supervivencia. Hasta que se cruzó con ella. En la puerta de un cine arte, bajo una lluvia torrencial. La vio encogida bajo el alero mínimo, con la mirada absorta y moqueando, tres pañuelos hechos bollitos en la mano, sin paraguas. Era hermosa. El lloraba también, por la película y por la mujer que tenía ahora a dos metros y estaba a punto de conocer.
Todo era desmesurado en esa escena. El se paró frente a ella, la miró fijo, se secó las lágrimas con la manga del buzo y le regaló su sonrisa más tierna. Ya te quiero, le dijo. Y la invitó a tomar un café.

Valeria Sampedro.
#Microhistoriasdeamor

martes, 24 de julio de 2018

XV. Gente rota


El andaba desanimado esos días, y se sentía muy solo. Ella venía desde hacía meses con una depresión profunda que ni con pastillas; no le encontraba demasiado sentido a nada. Coincidieron en un bar de mala muerte, en el barrio de Once, lúgubre y grasiento.
Ph. IG: @raichijk_daniel
3 am en la barra del bar. Otra ginebra por favor, dijo él y se llevó a la boca un pucho apagado cuando la vio entrar. Tenía las ojeras más sensuales que hubiera visto jamás, tremendos ojazos negros, mirada de furia y rimmel de haber llorado hasta recién. Ella lo miró fijo y fue directo a sentarse al lado suyo. Para mí un café con leche.
Hablaron sin parar hasta las seis de la mañana. La impunidad de vomitar verdades con un desconocido no tiene comparación. Se contaron desventuras amorosas, miserias vergonzantes, abandonos, traumas. Hasta llegaron a sonreir.
Sobre las seis y media el mozo bajó la persiana. Los vio irse juntos, caminando, mientras empezaba a amanecer.
Qué clase de nueva oportunidad puede nacer de las ruinas.

Valeria Sampedro.
#Microhistoriasdeamor

viernes, 20 de julio de 2018

XIV. Posdata, no te quiero más

Llegó a la hora de siempre, nueve y media de la noche y le llamó la atención que la casa estuviera a oscuras. ¿No estaba ella?

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No, no estaba. Acababa de irse con sus cosas. Lo descubrió mientras iba encendiendo las luces; el living le pareció un poco más grande sin el sillón del rincón, faltaba la alfombrita de lana y el ekeko de la biblioteca; encontró dos portarretratos vacíos, no estaban sus carteras en el perchero, había espacio de sobra en el placard. Quedaba un rastro de su perfume en la almohada y reconoció un arito suyo junto al zócalo donde hasta hace unas horas había una mesa de luz.

Recorrió cada rincón tratando de asimilar la ausencia, la garganta hecha un garrote, mientras intentaba recordar cuándo había sido la última vez que se habían reído a carcajadas, que se habían quedado charlando hasta la madrugada, que habían conectado mirándose a los ojos. Cuándo.

Fue hasta la cocina, se sirvió una copa de vino y lloró desconsoladamente. Sobre el mantel ella había dejado el manojo de llaves y una esquela mínima. Pd: no te quiero más.

Valeria Sampedro
#Microhistoriasdeamor

martes, 17 de julio de 2018

XII. El beso


Él no tenía nada que hacer en la puerta de su casa. Pero ahí estaba, esperándola, sentado en el borde del cantero agarrándose la cabeza, maldiciendo el momento en que había desatado el juego de la seducción, justo con ella.

Ruido de llaves, subí. Subió. Resultaba extraño habitar ese espacio, sentirse a salvo de la mirada del resto del mundo y a la vez en el sitio más peligroso de su universo: a dos centímetros de la mujer que lo volvía loco. Qué carajo estaba haciendo ahí.

PopArt by IG: @raichijk_daniel
Habían acordado no ir a fondo, sólo volver a verse, hablar un rato. Ella le había jurado no cruzar el límite. Al menos, no primero. Y exactamente eso pasó.

Se sentaron en el suelo, pegados uno al lado del otro. Quietos, contra la pared. Apenas conversaban. En un momento él la miró y -no pudo evitarlo- le acarició una mejilla. Para qué. Ella le agarró la cabeza por los lados, recorriéndola con los dedos abiertos desde la nuca, revolviéndole el pelo, mientras abría la boca para darle, ahora sí, un beso carnívoro.

Valeria Sampedro.
#Microhistoriasdeamor

martes, 10 de julio de 2018

XIII. El decorador


Cuando le pasaron el contacto por wapp ni reparó en el bombón que ahora estaba a punto de tocar el timbre. Simplemente acordó un horario y se puso a armar la lista de cosas que le faltaban para equipar su flamante departamento.

Estaba entusiasmada con la idea de tener un hogar a su medida y por primera vez iba a permitirse pagar a alguien que la asesorara. Basta de cachivacheríos, la silla regalada, el mueblecito de la abuela, la lámpara de oferta, el tapiz de un ex. Empoderarse también era contratar un decorador.

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Cuando se anunció en el portero eléctrico su voz resonó en el auricular como venida de una caverna. A ella le pareció más gruesa de lo que esperaba; a decir verdad, más varonil. Un minuto después lo miraba incrédula entrar a su casa, los ojos más lindos del planeta, el sobretodo puesto y un metro en la mano.

Ella en medias, una remera vieja, el jean mas rotoso que tenía y su vincha de entrecasa. Daba muy desaliñada pero sabía que estaba sexie así que se tranquilizó.

Recorrieron el departamento, midieron todo lo que había que medir, sonrieron lo suficiente y, cuando ya no quedaba nada por hacer, ella le dijo tengo un par de cervezas en el freezer, ¿querés?


Valeria Sampedro.
#microhistoriasdeamor

domingo, 8 de julio de 2018

XI. Me voy


La negación como mecanismo de supervivencia. 
Ella le había dicho que basta, que así no podían seguir. Hacía rato que se lo había dicho, pero él nada. La miraba con la mirada un poco perdida, reclinado en la silla de la computadora, los pies sobre el escritorio. Ella no terminaba de entender si era por indiferencia, hartazgo, impotencia.
Ph. IG: @raichijk_daniel
La miraba fijo. ¿La escuchaba?
No respondía. ¿No tenía nada para decir?

Así un montón de veces. Un montón. Hasta el día en que ella empezó a embalar sus cosas. Los libros, la ropa, dos cajas de fotos impresas (de esa última y sus anteriores vidas). Su mate, su mesita de luz, sus plantas. Su nudo en la garganta.

Sonó el timbre, ¡bajo!
Chau. Te dejo las llaves acá.
...
No, no iba a decir nada.

Valeria Sampedro.
#microhistoriasdeamor

jueves, 5 de julio de 2018

VIII. Ella en mi cama


No estaba en sus planes volver a enamorarse. Ya una vez le habían roto el corazón y cuando logró sobreponerse juró no sufrir más. No por amor.

Se trazó una vida sin sobresaltos. Salía a correr tempranito, después iba a trabajar, algunas tardes andaba en bici, los viernes jugaba al tenis, los fines de semana se juntaba con amigos. Iba al cine regularmente, por las noches se servía una copa de vino y cocinaba gourmet para un sólo comensal. La casa estaba en completo orden y su rutina se parecía bastante a la felicidad.

Lo único que extrañaba de su vieja vida era cuando, en invierno, ella se acurrucaba hecha una bolita bajo el edredón, enroscaba sus larguísimas piernas con las de él y juntos se calentaban los pies. En los años que llevaba de soltería no había encontrado la forma de reemplazarla. Se compró medias de llama, planchaba las sábanas antes de acostarse, hasta llegó a poner una palangana hirviente a los pies de la cama. Nada como ella.

Una tarde estaba de compras en Farmacity cuando vio una bolsa de agua caliente asomada en el estante de la última góndola. Corrió a su encuentro. Quedaba sólo una. Se aferró a ella y lo supo. Ya no pasaría más frío.

Ya no volvería a estar solo.

Valeria Sampedro.
#microhistoriasdeamor

lunes, 2 de julio de 2018

X. Paseo nocturno


Andaba contrariado esos días. Algo de su capacidad afectiva había empezado a tambalear. Años de experiencia, desamores, un divorcio encima, algún enamoramiento fugaz y por fin una relación sanadora. Qué más podía pedir. Sin embargo un ruido.

Ph. IG: @raichijk_daniel
Los primeros años de esta última pareja habían sido realmente buenos. Y ahora, detectaba una fatiga, nada grave. Además, pensó, ya estaba grande para andar con el corazón a los tumbos. Para taquicardia nada mejor que un control anual con el cardiólogo, largar el pucho y en tal caso retomar terapia. Qué ganas de joder.

Pero la idea de conformarse no lo dejaba dormir. Entonces salía a dar paseos nocturnos, la campera con capucha para esconderse un poco más del mundo. Caminar sin rumbo, hasta que las piernas no dieran más, hasta que la cabeza se callara de una vez.

Una de esas noches, de la nada, pensó en soltar el control. No tengo la más puta idea de hacia dónde ir, pero sé dónde no quiero terminar. Fue hasta un kiosco, pidió prestada una birome y se escribió en el brazo "La vida no es una bitácora de viaje".

Despues volvió a casa, se preparó un café negro, tomó valor y marcó su número. Hola, perdón la hora. Tenemos que hablar.

Valeria Sampedro.
#microhistoriasdeamor

viernes, 29 de junio de 2018

VI. Toc toc


Así empezó todo. Con una onomatopeya en el asunto de un mail que decía “Permiso, lo mío es una frivolidad: hace mucho que no veía una cara como la tuya. Te dejo una canción ad-hoc y un beso en los párpados”. Esas dos oraciones y el link de I´ve just seen a face, de Lennon.
Adelante, respondió ella. Y sintió que en ese instante rompía la coraza.
A los tres días tomaban una cerveza en un bar de Palermo. A la semana ella iba a verlo a su departamento; descalza y con su vestido batik violeta y verde apropiándose de los dos cuerpos del sillón. A las dos horas rebanaban una pieza de sushi comprada en el barrio chino, descorchaban un tinto, él tocaba la guitarra y ella cantaba una que supieran los dos. A los cinco minutos se desvestían en la habitación.

Ph. IG: @raichijk_daniel

-¡Buen día! Fue un sueño?
-Hola hermosísima. Pensaba que las partículas del azar, si tuviera partículas, de pronto se alinean y sale una noche así.

--
-Vos decís que es demasiado pronto para volver a verte?
-Yo digo que ya te extraño.
-Me invitas a dormir la siesta?

--
-Mariposas. Puedo resultar empalagosa, lo sé. Pero las muy hijas de puta no se me van del estómago.
-No paro de pensar en vos. ¿Qué hago?

--
-Tu mirada. No se qué es pero me gusta mucho lo que me decís cuando me miras. Te dejo una caricia en la quijada.
-Te lo voy a decir torpemente y a las apuradas. Cuando estoy con vos me pasa de todo. Y cuando no, también.

--
-Y si ponemos pausa, paramos el mundo y nos dedicamos a hacer el amor (en el más amplio, amplísimo sentido de la palabra). Sos la única persona con la que me interesa hacer algo.
-pará, que no se qué responder.


Valeria Sampedro.
#microhistoriasdeamor.

lunes, 25 de junio de 2018

IX. Delete


Fue un arrebato de amor propio lo suyo. Una tarde se cansó de tanta indiferencia y lo borró de su vida. De su vida virtual, al menos, que era casi todo lo que le quedaba de él. Dejó de seguirlo en las redes sociales, revisó y limpió los historiales de búsqueda, sacó de la galería sus fotos, mandó a la papelera las conversaciones que aún guardaba. También eliminó su contacto del teléfono y se juró no volver a escribirle.
Ph. IG: @raichijk_daniel

Pero cómo lo extrañaba.

Le pareció estúpido llevar el tema a terapia, aunque para qué le pagamos a una psicóloga si no es para desnudar allí toda nuestra estupidez. Así que se pasó los cuarenta y cinco minutos hablando del asunto sin parar. Salió de aquel consultorio con la autoestima vapuleada pero con una certeza: ya no iba a mendigar que la quieran.

Esa noche pidió pizza, abrió una botella de malbec, se armó un porro y puso la música al mango. Bailó enloquecida en el living, hizo karaoke, lloró como una nena y por fin se quedó dormida en el sillón, las luces prendidas, borracha, agotada de sí misma. Y con la vaga sensación de haber empezado a olvidarlo.


Valeria Sampedro.
#microhistoriasdeamor

viernes, 22 de junio de 2018

V. Mejores amigos


Bueno. Digamos que llevaban una década de pulcro afecto; se conocieron como estudiantes, se respetaron como colegas, empezaron a quererse mucho y se volvieron compañeros indispensables de la vida. Esa gente que uno quiere tener cerca, a como dé lugar.
Ph. IG: @raichijk_daniel
Años de contarse dramas familiares, calenturas, confesar miserias, prestarse plata, pedir consejos de amor. Estar en las trastiendas; a cara lavada, de pésimo humor, llorar con mocos, reírse a carcajadas, olvidar la pose. Despojar cualquier vínculo del deber ser puede volverse un vicio.
Y sin embargo, jamás una mirada de reojo, jamás un atisbo de duda ni recelo alguno por parte del (o la) acompañante de turno. No daban lugar. Y eso que juntos hacían una pareja increíble. Lo sabían. Ellos mismos bromeaban con el asunto, jugaban a desafiar las leyes que injurian la amistad entre el hombre y la mujer. Ellos sí podían. Al menos, habían podido hasta ahora.
Hasta un domingo en Plaza Francia, la feria, pochoclo, estatuas vivientes y el primer beso.
No estaba en los cálculos que resultara tan placentero y se abrazaron asustados por haber roto el pacto. Él le susurró al oído un te quiero tanto, me gustas tanto, te juro, que tengo miedo de que todo esto salga mal.
¿Qué podía salir mal?

Valeria Sampedro.
#microhistoriasdeamor 



miércoles, 20 de junio de 2018

VI. La última vez


Era sábado a la tarde, pleno invierno, ya casi oscurecía. Discutían detalles de la división de bienes, quién se quedaría con la heladera, quién con el televisor, si convenía desarmar el juego de sillones, qué harían con la cama matrimonial.
Discutían todo esto sentados sobre la cama king size que había sido escenario privilegiado de una gran historia de amor. Allí habían pasado días enteros, en su mejor época de apareamiento, sin ver otras caras más que las de ellos dos, sin salir más que para ir al baño o a la cocina a buscar comida y volver corriendo a meterse bajo el acolchado, para seguir allí el resto de la tarde, de la noche. Ahí miraron decenas de películas, se quedaron charlando madrugadas enteras, cogieron como animales, hicieron el amor, lloraron, discutieron, se insultaron, se reconciliaron, inventaron canciones, durmieron abrazados, enroscados, se calentaron los pies, se hicieron cosquillas, se sacaron fotos desnudos. Y fue ahí también donde empezó a notarse primero la distancia.
Sobre esa cama, entonces, es que estaban organizando detalles de la separación cuando él le sacó a ella el anotador de la mano, tironeó para traerla hacia él y se abrazaron fuerte.
Ella lloraba sin ruido pero el pecho era un escándalo de latidos furiosos. Volvieron a mirarse a los ojos después de meses de ni registrarse. Eran ellos. No los mismos, hace rato que se habían convertido en otros. Pero eran ellos, ahí, abrazados por última vez.
Se besaron con hambre. Y cogieron divinamente. Como entonces, como animales.

Valeria Sampedro.
#microhistoriasdeamor.

martes, 19 de junio de 2018

VII. Rutina del amor


Ella se levantaba religiosamente antes de las ocho de la mañana. Ponía la pava al fuego, encendía la radio, preparaba el mate y cortaba seis rodajas de pan que colocaba en la tostadora de chapa mientras batía un café instantáneo.
Ocho y cuarto él ya estaba sentado a la mesa. No eran de hablar a esa hora. Ella armaba la listita de compras, la dejaba a un costado,  debajo del cenicero y se ponía a lavar ropa. Él era el encargado de ir al mercadito, al chino, a la panadería. Se quedaba charlando un rato largo con el diariero y aprovechaba para hojear los titulares del día.
Ph. IG: @raichijk_daniel
A eso de las doce ya estaba de vuelta en casa. Ella lo esperaba con la sopa de cabellos de ángel servida y el bifecito (carne, pollo, pescado) ya en la plancha. Comían y ese era el momento más animado, él traía las novedades de la calle, ella le contaba sobre alguna cosa que habían hablado en la radio o le daba la primicia de algún acontecimiento o pelea familiar. Uno levantaba la mesa, la otra lavaba los cacharros, y se iban a dormir una siesta.
La siesta era siempre con la persiana a medio bajar, una mantita sobre las piernas, ella acurrucada a un lado y él ubicado en la misma posición, pegado a ella por detrás y con un brazo cubriéndola.
Después la merienda, un rato de tele mientras ella planchaba y él arreglaba la bicicleta o colgaba un cuadrito o ajustaba una cerradura o reemplazaba el paño de las patas de la mesa.
A ultima hora ella regaba las plantas, él ponía el mantel y preparaba una picadita, cuatro aceitunas, cuatro pedacitos de queso mar del plata, cuatro rodajitas de salamín, dos galletitas sin sal, dos vasos de vino tinto con soda.
A veces después de cenar miraban una película. Otras noches se iban a leer a la cama. Ella leía en voz alta otro capítulo de la novela que nunca faltaba en su mesa de luz.
Y así.

Valeria Sampedro.
#Microhistoriasdeamor

domingo, 17 de junio de 2018

IV. Cinco estaciones


Eran los únicos dos, en aquel vagón repleto, que no tenían celular. No en la mano, no alienados por el aparato. 
Ella leía unos apuntes, él iba abstraído, colgado de la agarradera, mentón apoyado en el brazo y pensando en nada, mirando la pared gris moverse del otro lado de la ventanilla. 
Un vaho cítrico delicioso lo sacó de su abulia, buscó de dónde venía y la vio desperezarse dos asientos mas allá. Se miraron un segundo. Ella le sonrió. En el intento de devolver el gesto a él le salió una mueca que le marcó dos hoyuelos adorables en las mejillas y en seguida bajó la vista. 
foto: IG @raichijk_daniel
Él portaba muchos de los rasgos genéricos que a ella la llevaban a gustar de un tipo: alto, desaliñado, pelo castaño, barba de varios días, pero no como esos hipsters prefabricados de los que la ciudad se llenó últimamente. Además sus parpados caídos. Y la mueca.  
Ella a él le pareció encantadora, de facciones delicadas y ojos de caramelo. Y, sobre todo, endemoniadamente sexy. 
Tres estaciones anduvieron mirándose de reojo. Ella había abandonado ya la lectura y hacía garabatos en el margen de la fotocopia con su resaltador verde. Él se debatía entre tomar la iniciativa archivada en algún rincón de su modorra, acercarse, preguntarle aunque sea cómo te llamas. Eso o quedarse en el molde y, a decir verdad, no reunía el coraje suficiente. Encima faltaban dos paradas para Catedral. 
Llegando a 9 de Julio ella se paró, guardó los apuntes en la mochila y se encaminó hacia la puerta. Antes de bajar volvió la cabeza para mirarlo por última vez. Se quedó parada en el andén. Lo vio morderse el labio, con el puño aferrado a la argolla del pasamano, mientras el tren se perdía en el túnel.


Valeria Sampedro.
#microhistoriasdeamor.