La primavera acecha
con sus primeros calores y pone bajo la lupa toda mi construcción ideológica
contra la cultura patriarcal que nos quiere flacas, magras y en lo posible
¡depiladas! Una se propone resistir, con determinación y hasta con altanería,
pero lo que nadie sabe es que cuando llegas a tu casa corres al espejo más grande
de la habitación a chequear qué tan fláccida te dejó la convicción de no
someterte al mandato.
Venía madurando la idea: los centros de estética empiezan
su trabajo fino en septiembre, justo a tiempo para llegar al verano sin estrías.
Promociones de tratamiento intensivo, financiado en 12 cuotas y volver a
empezar, cada año un poco más viejas, un poco más afuera de la gran feria de las que están buenas,
diría mi gurú Virginie Despentes.
¿En qué momento ingresé el mailing de las
esclavas de la apariencia?
Decidida a frenar esta
tendencia disfrazada de vanguardia que busca convertirnos en “Its Girls” -cien
años de lucha por la emancipación para que ahora vengan a decirnos que está de moda
ser chicas-COSA?!- me propuse una temporada libre de violencia estética:
ningún método invasivo que pretenda alterar mi bella naturalidad: no
peluquería, no gimnasio, no cremas antiarrugas, no manicura, NO depilación. Una
especie de feminismo gonzo para desafiarme a ver qué tan lejos soy capaz de
llegar. Sólo conservé la sana costumbre del push-up. Por lo demás, había
conseguido mantener la moral intacta; el andar liviano de quien logra
despojarse del afuera, enorme gesto si se tiene en cuenta que quien escribe
esta columna trabaja en televisión y sabe que parte del oficio es ser mirada.
Aprendí a pasear el bigote castaño claro sin complejos, una pelusa que no le
hace justicia a Frida aunque intenta homenajearla (en tiempos HD un pelo en el
bozo resulta una auténtica provocación, puede costarte el Martín Fierro); la
panza rolliza, los muslos abstinentes de centella asiática. Copa de malbec,
quesito, aceitunas y sobredosis de series. Al cabo de unos días una empieza a
comprender que lo importante es subdérmico. Claro que no es lo mismo militar
esta causa en invierno, con el pantalón de gimnasia convertido en segunda piel.
En ese sentido el frío puede volverse un aliado de la causa. Sin embargo.
Con
el termómetro por encima de los 20 grados la mirada de los otros reaparece
implacable para examinar los estragos de esta militancia antiestética... y yo
con las axilas en flor. Parada frente al espejo en plena encrucijada: ¿Estoy
dispuesta a montar otra vez la maldita cinta que sólo conduce a la frustración
de quemar 75 calorías (hace media hora que estoy trotando y sólo bajé una
manzana!)? Cuánto falta para quedar tendida en una camilla con las piernas
abiertas de par en par, entregada al flagelo tentador de la cera negra.
Ni
moral, ni moraleja. Mi experimento no merece ser entregado a cambio de un
piropo, por supuesto que no. Lo cual no implica una pequeña licencia
estacional, que me permita andar en bikini por la playa este verano, en un
gesto de elegancia y conciencia social.
Valeria Sampedro.
Nota publicada en el blog "Damiselas en Apuros" 30/10/16
http://damiselasenapuros.blogspot.com.ar/
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