viernes, 1 de abril de 2016

El flagelo de mis fantasías sexuales (machistas).

Hay una fantasía recurrente que me detona la cabeza cada vez que apelo a la excitación urgente, que es casi siempre (las que tengan hijos en edad escolar sabrán comprender a lo que me refiero). La de la mucama me funciona a la perfección. Lo sé, es todo lo que una feminista que se precie no debería siquiera pensar -mucho menos contarlo y ni te digo publicarlo en una revista-; por estigmatizante, arquetípica y asquerosamente machista. Pero me resulta de lo más efectiva. Le siguen la del mecánico y la del doctor. ¡No fallan! Pura sumisión.

Cuando el nene duerme la siesta, las veces que la abuela lo lleva a la plaza o si se queda un rato con su hermano mayor; en fin. Las ocasiones son contadas y cuando se dan una corre al desodorante, camisolín, un buche de pasta dental y en seguida a los besos para entrar en calor. No hay tiempo para elaborar una seducción igualitaria y entonces se manotea la fantasía que se tiene más a mano.

No pienso entrar en detalles. Sólo diré que es mi minuto patriarcal del día. Qué digo del día, con suerte de la semana. Un abrir y cerrar de ojos basta para representar la escena (el mejor afrodisíaco es la imaginación, no los disfraces). Después, qué importa del después, si ya la ratonera está revuelta y el amor al borde del orgasmo. Pero con el cigarrillo llega la culpa; una culpa peor que la de la Iglesia, porque no hay plegaria que te salve.

Levante la mano aquella que nunca fantaseó con el profesor de gimnasia. No me vengas con que haces pilates y que la clase de modeladora la da una mujer. Sabés a qué me refiero. A cuando en la penumbra la cara de tu marido se desdibuja hasta convertirse en un completo desconocido y vos beboteando de manera patética, como en el más verde de los sketches de Francella.

Si leíste hasta acá sin indignarte es porque te sentís dramáticamente identificada. Nos pasa a casi todas. Somos mujeres libres, emancipadas, económicamente independientes, peleamos por ocupar espacios de poder y militamos por el fin de la cosificación. Pero así como hemos logrado apropiarnos de nuestros cuerpos y asumir el propio placer, hay territorios que el feminismo no supo conquistar todavía. El hemisferio donde anida la libido es uno de ellos; el enano machista sigue atrincherado en nuestras cabezas.

Culpa de la industria del sexo que nos empobreció con fantasías primarias, hechas a medida del macho proveedor. Y cuando, un buen día, nos creímos empoderadas nos vinieron con la pedorrada de las Cincuenta Sombras de Gray para hacernos creer que “la onda” ahora, es que nos peguen con un látigo. Porque el chirlo, ya fue.


Valeria Sampedro.
Publicado en Revista ParaTi (1/4/2016)

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