sábado, 19 de septiembre de 2015

Código Infidelidad

La libertad también puede alienarte. Qué significa que de pronto un manual de convivencia urbana venga a decirte que ya basta de falsa moral, que el adulterio en todo caso podrá volverse una variedad amatoria pero jamás será causal de divorcio.

Es lo que plantea, palabras más o menos, el flamante Código Civil que acaba de entrar en vigencia en reemplazo de uno anterior que se moría de viejo (144 años tenía la versión original). Demasiado progre para una sociedad donde el amor se jura para toda la vida y todavía la gente se pone colorada cuando alguien dice la palabra sexo.

Un siglo después de habernos metido en la cabeza los deberes de la buena esposa y mejor madre, de haber sido cómplice de la cultura patriarcal que pedía un culpable por cada matrimonio fracasado, este librejo con rango de ley se renueva para sacudirte la estantería moral y habilita, sin castigo alguno, a tener un amante. ¿Qué se hace con esta sobredosis de albedrío? Hasta ahora yo sabía que si enganchaba a mi marido poniéndome los cuernos lo echaba de casa con juicio por alimentos y todo; además estaba la chance de denunciarlo por abandono de hogar, si el maldito llegaba a enamorarse. Con esto, ya perdió sentido revisarle el celular.

Las cadenas del matrimonio como institución se han roto para siempre. Los "esposos" pasaron a ser "contrayentes". Las mujeres, ¡señoras de nadie! se acabó la portación de apellido, desapareció el deber conyugal –ese régimen del coito tan usado como reproche en las peleas de pareja-; y para disolver una relación basta con que uno de los dos se decida. Divorcio exprés y a sola firma, pronto llegará una cédula judicial informando que esa pequeña sociedad acaba de ser formalmente aniquilada.

¡Hazlo si quieres! le dije a mi marido con la mirada fija y sin pestañar, para humedecer los ojos. Vete con otra, exageré ya casi lagrimeando. Pero debes saber, mi querido, que he de poner en práctica a partir de este momento toda mi militancia feminista, en pos de la igualdad de género en esta casa. La biblioteca completa de Jane Austin se me vino encima y pude hacer mi numerito encantador.

Inmediatamente después empecé a armar una lista de posibles amantes, decidida a asumir mi derecho a la infidelidad, sin más dilaciones. Revisé viejas cartas de amor, stalkeé entre los amigos virtuales, descarté a compañeritos de primaria -la mayoría arruinados, panzones y, los peor, pobres. Apunté algunos nombres. Puse una canción de Ricardo Montaner.


Algo pasó entonces. No sé explicarlo bien. Una serie de casualidades, el nene a casa de su abuela, mi tanga de voladitos aparecida desde el fondo del placard, la tele que se rompió, su barba de dos días, las sábanas recién cambiadas, un secreto al oído, la voz ronca de siempre diciendo otras cosas. Una mordida. La noche fue larga, larguísima. De nuevo despiertos hasta las 4, como al principio. Lo mejor de todo, es que después del pucho, se puso a calentarme los pies.


Valeria Sampedro.
(nota publicada en revista ParaTi)

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