Ser periodista. Cronicar decenas de asesinatos a mujeres violentadas por
sus novios, maridos, ex parejas. Contar mil veces que había denuncias previas, restricciones
de acercamiento, botones antipánico. Hablar de fuego, puñaladas, tiros, bolsas
de basura. Repetir la estadística como un mantra, cada vez: Cada-treinta-horas-muere-en
–la-argentina-una-mujer-por-violencia-machista.
Un tuit como llamado de atención podría haberme parecido por lo menos
banal. Hasta hace tres semanas. Pero el 11 de mayo el dedo se detuvo en la
pantalla táctil de mi celular cuando Marcela Ojeda -colega y ahora también amiga- decía que si no pensábamos hacer
algo, que nos estaban matando (a nosotras también). Con la facilidad de un
click asumí el compromiso. No imaginaba que en ese momento empezaba a desatarse
una reacción descomunal, bajo la consigna #NiUnaMenos.
Mica, Ingrid,
Anita, Hinde, Flor, Marina, Sole, Mer y la tal Marcela son parte de este colectivo
desquiciado que creyó en la magia de borrar la grieta con sus cartelitos
violetas. Y me arrastró con ellas.
¿Quién hubiera
dicho que la virtualidad podía darnos una lección de educación cívica? Las 958
mil menciones con ese hashtag, en apenas
veinte días, se materializaron este miércoles frente al Congreso de la Nación,
en una concentración multitudinaria y formidablemente heterogénea.
Para crónicas del
día después, están los diarios. Esta vez yo fui parte, no cronista..
Valeria Sampedro.
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