martes, 15 de julio de 2014

El desafío de criar sin príncipes ni princesas

Ahora que todos los caminos conducen al Patrón del Mal, no puedo dejar de pensar al feminismo como un cartel, con agentes infiltradas en las escuelas, en los teatros, bibliotecas, jugueterías y redes sociales, inoculando su mensaje de igualdad desde el jardín de infantes. Tarea difícil en un país donde hay más femicidios que feministas. Sin embargo existe una corriente pedagógica que inició una cruzada antisexista. Un “colectivo” cultural repleto de criaturitas empoderadas, con madres plomeras y amos de casa, princesas que reniegan de la coronita y mujeres que no saben coser ni bordar, y hasta se niegan a abrir la puerta, cualquier puerta.
Nada que ver con el intento timorato de Disney de colar cada tanto una heroína con algo de carácter –Mérida la protagonista de Valiente, por ejemplo, la más guarra de todas sus doncellas sigue siendo divina aun despeinada, solo que monta a caballo, pone los pies arriba de la mesa y se saca los mocos-. Mientras Rapunzel (uff…) es todavía la niña mimada del imperio de don Walt, este movimiento avanza implacable. Y va dejando un tendal de barbies decapitadas a su paso.
Un prototipo de la pequeña feminista podría ser la nena de 7 años que es furor en Youtube. ¿No la vieron? Se llama Miranda y es como Violencia Rivas en envase chico y pre-ansiolítico. “Las princesas son boludas. Dicen ¡rescátame! y en vez de intentar hacerlo ellas, esperan al príncipe. Seguro viene un señor, le da la manito y la salva, pero que la pibita haga su parte..!”. Para colmo se declara fan de Frida Kahlo.
Desde Cenicienta para acá, la literatura infantil estuvo –y sigue estando- plagada de historias sexistas. Ahí donde empieza a configurarse el ideario femenino, aparecen esas jovencitas deslumbrantes por su hermosura, nunca por su inteligencia, que se instalan como modelo para no desarmar. Cuánto le debemos a Charles Perrault por haber ¿perpetrado? fábulas como La Bella Durmiente y Caperucita. O el propio Barbazul, un femicida serial que atesora los cuerpos de sus ex esposas y conquista a su nueva mujer por la vida de lujo que le ofrece. Vaya moraleja. Qué tal un poco de revisionismo y ya que estamos un escrache al tal Perrault.

Mi mamá me ama, me mima… y es tachera. La Librería de Mujeres Editoras sacó una colección que se enfrenta a tanto panfleto machista disfrazado de librito infantil. “Yo soy igual” se compone de una serie de cuentos de mamás con oficios poco comunes, en general asociados a los hombres: electricistas, cirujanas, taxistas, referís y hasta albañilas (figura en el diccionario, ¡búsquenlo!).
“Preparar la mezcla, poner un ladrillo, colocar una capa de hormigón, luego otro ladrillo y así sucesivamente. Susana es toda una maestra en el arte de levantar paredes y en su barrio todos la conocen…”. Fragmento de Mi mamá es Albañil (Diego Peluffo)
María Victoria Pereyra Rozas es la responsable del proyecto –y autora de uno de los cuentos-: “veíamos que todo lo que había para chicos era igual y quisimos proponer una literatura diferente. Si me preguntás, claro que es intencionada porque va directo a desarmar determinadas estructuras que suelen inculcar los adultos. No es fácil lograr que no se note tanto el discurso, porque además tiene que ser entretenido”.

-¿La igualdad de género es una batalla que debe librarse en el jardín de infantes?
Yo creo que sí. No sé si planteado exactamente como una lucha, pero sí desde la infancia tienen que romperse los estereotipos. Porque es durante la niñez cuando se instalan esas ideas, a través de los libros, los juguetes y las canciones. El chico que hoy lea un cuento donde hay dos papás ya no va a extrañarse cuando vea una pareja homosexual con un hijo. Me parece que hay que empezar por ahí, porque es el momento de mayor absorción.

-¿Y por qué siguen ganando las Barbies?
Definitivamente, contra las estructuras de mercado no es fácil pelear. Las campañas son tan violentamente intensas, que no hay manera de vivir sin saber que existen. No creo que sea ya por un tema de identificación ni de deseo de parecerse a ellas, quiero seguir creyendo que la idea de diversidad ya está instalada entre grandes y chicos desde hace algunos años.

-¿No corremos el riesgo de terminar en un matriarcado?
Qué perderíamos con probar... Jaja. Pero fuera de broma, lo más importante es seguir nombrando las cosas que existen para que la visibilización siga diversificando el mundo en que vivimos.
Gracias Vicky, muy rico todo. Y te vas, te vas bajándole las pulsaciones al deseo irrefrenable de encabezar la primera rebelión de los fratachos. ¡Y que la perdiz la cocine tu abuela! Ese sí que sería un final feliz. ¿En qué estábamos? Ah, en la escena teatral del feminismo hardcore. En Neuquén, la compañía Teatro de Tersites pone en escena “El mirlo canta hasta quedar afónico” una sátira titiritesca sobre una princesa que cuestiona todos los mandatos de sumisión y se carga al reino entero.
También en La Pampa encontramos un grupo (ANDAR) que tiene como escenario las aulas, a partir de salita de 4. “Rosa y Celeste” -de Edith Gazzaliga y Marcelo González- lleva 8 años recorriendo escuelas con una puesta muy simple que en tres escenas viene a cambiarles a los más pequeñitos modelos que muchas veces persisten aún dentro de sus propias casas. Lo más trillado es, para ellos, revelador: el hombre que vuelve a casa del trabajo, se desploma en el sillón para hacer zapping y exige la comida mientras le reprocha a su mujer que no hace nada en todo el día… Pero ellos acaban de ver cómo esa ama de casa corrió para llegar a tiempo con todo y se lo dicen a gritos. El final feliz, aparece con el señor calzándose los guantes para lavar los platos. ¡Aplausos! Edith sonríe con una mueca, pero por las dudas aclara: “No creo que sea una cruzada feminista, es simplemente hablar de igualdad de derechos y de nuevas masculinidades”. Pablito (Escobar) clavó un clavito, qué clavito clavó Pablito.

El brazo musical de este de este Cartel contracultural y antimachista es Majo Turner, una sicaria del pentagrama. Majo armó su repertorio en base a la idea de Vicky Pereyra Rozas –la de la colección Yo soy Igual, indudable alma mater de este movimiento, la Patrona del Bien-. Su cancionero incluye valsecito, rockanroll, murga y hasta una pista de karaoke con parches y redoblantes para que los chicos inventen su propia marcha de protesta. Apenas una discípula si pensamos que María Elena Walsh, hace medio siglo componía Manuelita. ¿Acaso existe manifiesto más sagaz contra la estupidez de las cirugías estéticas?

Valeria Sampedro.
nota publicada en la revista Sophia 
(Abril / 2014)

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