jueves, 17 de julio de 2014

Periodismo ¿Cosa de machos?

Pionera de la prensa escrita por mujeres, columnista de Blackie, entrenadora en comunicación y, a esta altura, personaje de culto, Dionisia Fontán cuenta cómo era, ayer nomás, ejercer el oficio desde el anonimato. Memoria y balance de la misoginia mediática, y agarrate porque no se salva ni la Negra Vernaci.


Siete de junio de 1979. Día del Periodista. 
Mirtha Legrand deja los cubiertos y pregunta a la única invitada femenina de su mesa: “Dígame, ¿cómo es posible que en una empresa dirigida por una mujer -doña Ernestina-, las damas no firmen?”. Aquel mediodía Dionisia Fontán soltó la lengua.
“Me mandé flor de discurso y en la redacción se armó jaleo”. Dice flor, dice jaleo y entendemos que ella pertenece a otra generación. Habla y casi llegamos a sentir el humo de los puchos en el ambiente, el traqueteo de las Olivetti, los teléfonos de línea, la teletipo. Y en plena mística, una falda, las uñas pintadas y el metro cincuenta de esta mujer que sólo podía firmar sus notas con una inicial.
“En Clarín yo era D.Fontán. Podía ser Darío Fontán, Domingo Fontán, quién sabía. Le dije a Mirtha que me parecía injusto y recuerdo que aludí lo del viaje a la Luna porque justo se habían cumplido diez años y me resultaba  incongruente: semejante hazaña espacial y las periodistas semiocultas detrás de una inicial. Ridículo” El resto de los comensales, todos varones, mudos masticaban. Ni A.
Conviene aclarar que estamos frente a una colega que nos hizo justicia. Dionisia Fontán –hagámosle honor a su lucha: pongamos su nombre siempre completo- logró visibilizar a las mujeres en el periodismo gráfico. Sin alardes de militancia, ni proclamas feministas, ella exigió igualdad de género, empecinada en que la valoraran estrictamente por su calidad profesional.
“En los diarios había una misoginia absoluta. Las mujeres estábamos relegadas a los temas femeninos, era impensable que pudiéramos escribir sobre política o economía, por ejemplo. Entonces, nos quedaban las notas sociales y los temas hogareños, el cuidado de las plantas, la puericultura, los asuntos de belleza. La sección cocina, en cambio, tenía prestigio” concede con una mueca. Y sí, en su hábitat natural ellas podían tener nombre propio. Y ahí estaba Blanca Cotta, la primera que logró colar su firma (al pie de cada receta). Pero Cora Cané, que lleva más de medio siglo a cargo de sus misceláneas de contratapa debió esperar largos veinticinco años para ver su nombre impreso en letras de molde. Sin ir tan lejos, entrá en la página de Perfil.com y recorré la lista de columnistas… todos tienen pito. Volviendo a lo de Mirtha, te decía: nunca supe si fue coincidencia o si aquel pequeño revuelo televisivo influyó, pero al poco tiempo las mujeres empezamos a firmar nuestras notas. Más de una compañera de redacción me llamó para agradecerme” recuerda Dionisia Fontán.
La señora de las mil anécdotas se desata. Transcribimos: “En la década del ’70 me ofrecieron hacer una columna de interés general en la revista Siete Días. La columna se titulaba La Mujer. Y había que redactar temas de minas, para variar. Cuestioné un par de veces que en un medio apto para todo público, hubiera un espacio dedicado a la mujer, pero no me dieron bolilla. Finalmente saqué ventaja de las limitaciones y empecé a producir los temas que me interesaban. De ser una columna pasó a ocupar media página y luego una página completa.” Por aquel trabajo recibió el premio ADEPA en 1977 y -otra vez- fue la primera mujer en obtener ese reconocimiento.
Sin embargo, ninguno de sus logros fue acompañado de estabilidad económica. Ni laboral. Dionisia Fontán tuvo que reinventarse mil veces. Además de gráfica, hizo radio, televisión y publicó varios libros. Cada desafío implicó volver a empezar. Hoy se presenta como “entrenadora en comunicación”. Y del tema, puede dar cátedra.
“Ahora me doy cuenta de que mi mayor esfuerzo era siempre crear un espacio y mantenerlo. Los espacios eran chiquitos, talle 36 o menos, angostos de caderas, je. Y había que hacerlos engordar. Con Laura de Hoy (columna dominical del diario La Nación 1980-1991) bajé línea y nadie se daba cuenta porque aparecía en el suple infantil y juvenil. Eran temas fuertes para la época, enmascarados en las crónicas de una piba argentina. Nunca en esos 11 años repetí una historia y pasaron tantas cosas. Al país y a la autora. Escribí sobre la falta de trabajo, la discriminación, los padres alcohólicos, la donación de órganos, la elección vocacional. Laura tuvo un amigo desaparecido. Una abuela progresista. Un tío Alberto, como el de Serrat, bien atorrante. Laura visitó a una ginecóloga. Y se anticipó a comentar el tema de los hijos de padres divorciados, cuando todavía no existía la ley.”

”Cuando propuse instalar Radio-grafías en La Nación –la única sección de crítica y comentario radial, que se sigue publicando-, como lo consideraban una novedad, estuve tres meses sin firmar las columnas. Salían todos los martes y se hicieron muy populares. Tuve que insistir mucho para que apareciera mi nombre al pie, ¿podés creerlo? Yo las escribí hasta mayo de 1996.” 

A propósito de la radio…
La radio es, de todos, el medio más machista. Hasta el ochenta y pico, en Rivadavia se negaban a tomar operadoras mujeres. Yo empecé en el 75, con Blackie, en Continental. Y te puedo decir que ella fue una mosca blanca, nadie pudo ocupar su lugar. También trabajé en Del Plata, hasta fines de 1988 y me tocó lidiar con conductores varones que apenas me daban micrófono. Durante los años que frecuenté el fierrito, escuché el mismo latiguillo: Nos hace falta  una voz femenina, aparte de la locutora, claro.
¿Pero no hay grandes voces femeninas en el micrófono?
Contadas con los dedos de una mano. Nora Perlé sigue con el mismo formato de hace más de cuatro décadas. Ella es muy piola y produce o coproduce sus espacios. Betty Elizalde peleó muchísimo por trascender a la locutora. Lo consiguió, tuvo muy buenos ciclos, pero le costaba la continuidad. Es decir, no lograron crecer y permanecer y eso que pudieron haberse convertido en pares de Badía, Bravo o Cacho Fontana. ¿Más ejemplos? Las comentaristas de espectáculos de la vieja guardia integran algunos coros, pero nunca pudieron mantener programas propios y buenos. Alicia Petti, Laura Ubfal... En cambio, Guillermo Blanc se mantiene a través de las décadas y no es mejor que ellas. Para nada. Podría seguir dándote nombres… María O’ Donnell es "la” profesional, aparte de Magdalena, se entiende. Es preparada, sabe de lo que habla, tiene una sólida base gráfica y, como creció entre varones, conoce de fútbol y discute como un tipo.
¿En serio no crees que ahora hay más presencia femenina en la radio?
Sí, pero tampoco las dejan hablar. En las FM hay muchas pibas que festejan las pavadas de los conductores y cada tanto logran meter un bocadito. Lo mismo ha pasado con los chicos, ya veteranos, de la Rock & Pop. Son misóginos. Sólo permanece la Negra Vernaci porque es atrevida y boca de letrina. Única. Si no fuera negocio, ya no estaría. Sus imitadoras no prosperaron.

Volviendo a la gráfica. Pasaron 40 años y los “temas femeninos” de las revistas para la mujer no parecen haber cambiado demasiado.


Me acuerdo la tapa de una revista con un título catástrofe que decía: Tetas o Culo, un debate nacional. Y tantas otras notas: Cómo atraer al hombre de tu vida disfrazada de leopardo, o A la hora del sexo, nada de excusarte con que te duele la cabeza y mil boludeces por el estilo que, por lo visto, las minas compran. La cirugía estética es un regalo que se financia con más cuotas que una heladera, y eso no está mal, pero lo que irrita es la exaltación de la imagen. Sí, lamentablemente la mujer sigue siendo objeto.

Valeria Sampedro

Nota censurada en el sitio Entremujeres de Clarín (mar/2013)
por sentirse aludidas, las editoras decidieron no publicarla.

martes, 15 de julio de 2014

El desafío de criar sin príncipes ni princesas

Ahora que todos los caminos conducen al Patrón del Mal, no puedo dejar de pensar al feminismo como un cartel, con agentes infiltradas en las escuelas, en los teatros, bibliotecas, jugueterías y redes sociales, inoculando su mensaje de igualdad desde el jardín de infantes. Tarea difícil en un país donde hay más femicidios que feministas. Sin embargo existe una corriente pedagógica que inició una cruzada antisexista. Un “colectivo” cultural repleto de criaturitas empoderadas, con madres plomeras y amos de casa, princesas que reniegan de la coronita y mujeres que no saben coser ni bordar, y hasta se niegan a abrir la puerta, cualquier puerta.
Nada que ver con el intento timorato de Disney de colar cada tanto una heroína con algo de carácter –Mérida la protagonista de Valiente, por ejemplo, la más guarra de todas sus doncellas sigue siendo divina aun despeinada, solo que monta a caballo, pone los pies arriba de la mesa y se saca los mocos-. Mientras Rapunzel (uff…) es todavía la niña mimada del imperio de don Walt, este movimiento avanza implacable. Y va dejando un tendal de barbies decapitadas a su paso.
Un prototipo de la pequeña feminista podría ser la nena de 7 años que es furor en Youtube. ¿No la vieron? Se llama Miranda y es como Violencia Rivas en envase chico y pre-ansiolítico. “Las princesas son boludas. Dicen ¡rescátame! y en vez de intentar hacerlo ellas, esperan al príncipe. Seguro viene un señor, le da la manito y la salva, pero que la pibita haga su parte..!”. Para colmo se declara fan de Frida Kahlo.
Desde Cenicienta para acá, la literatura infantil estuvo –y sigue estando- plagada de historias sexistas. Ahí donde empieza a configurarse el ideario femenino, aparecen esas jovencitas deslumbrantes por su hermosura, nunca por su inteligencia, que se instalan como modelo para no desarmar. Cuánto le debemos a Charles Perrault por haber ¿perpetrado? fábulas como La Bella Durmiente y Caperucita. O el propio Barbazul, un femicida serial que atesora los cuerpos de sus ex esposas y conquista a su nueva mujer por la vida de lujo que le ofrece. Vaya moraleja. Qué tal un poco de revisionismo y ya que estamos un escrache al tal Perrault.

Mi mamá me ama, me mima… y es tachera. La Librería de Mujeres Editoras sacó una colección que se enfrenta a tanto panfleto machista disfrazado de librito infantil. “Yo soy igual” se compone de una serie de cuentos de mamás con oficios poco comunes, en general asociados a los hombres: electricistas, cirujanas, taxistas, referís y hasta albañilas (figura en el diccionario, ¡búsquenlo!).
“Preparar la mezcla, poner un ladrillo, colocar una capa de hormigón, luego otro ladrillo y así sucesivamente. Susana es toda una maestra en el arte de levantar paredes y en su barrio todos la conocen…”. Fragmento de Mi mamá es Albañil (Diego Peluffo)
María Victoria Pereyra Rozas es la responsable del proyecto –y autora de uno de los cuentos-: “veíamos que todo lo que había para chicos era igual y quisimos proponer una literatura diferente. Si me preguntás, claro que es intencionada porque va directo a desarmar determinadas estructuras que suelen inculcar los adultos. No es fácil lograr que no se note tanto el discurso, porque además tiene que ser entretenido”.

-¿La igualdad de género es una batalla que debe librarse en el jardín de infantes?
Yo creo que sí. No sé si planteado exactamente como una lucha, pero sí desde la infancia tienen que romperse los estereotipos. Porque es durante la niñez cuando se instalan esas ideas, a través de los libros, los juguetes y las canciones. El chico que hoy lea un cuento donde hay dos papás ya no va a extrañarse cuando vea una pareja homosexual con un hijo. Me parece que hay que empezar por ahí, porque es el momento de mayor absorción.

-¿Y por qué siguen ganando las Barbies?
Definitivamente, contra las estructuras de mercado no es fácil pelear. Las campañas son tan violentamente intensas, que no hay manera de vivir sin saber que existen. No creo que sea ya por un tema de identificación ni de deseo de parecerse a ellas, quiero seguir creyendo que la idea de diversidad ya está instalada entre grandes y chicos desde hace algunos años.

-¿No corremos el riesgo de terminar en un matriarcado?
Qué perderíamos con probar... Jaja. Pero fuera de broma, lo más importante es seguir nombrando las cosas que existen para que la visibilización siga diversificando el mundo en que vivimos.
Gracias Vicky, muy rico todo. Y te vas, te vas bajándole las pulsaciones al deseo irrefrenable de encabezar la primera rebelión de los fratachos. ¡Y que la perdiz la cocine tu abuela! Ese sí que sería un final feliz. ¿En qué estábamos? Ah, en la escena teatral del feminismo hardcore. En Neuquén, la compañía Teatro de Tersites pone en escena “El mirlo canta hasta quedar afónico” una sátira titiritesca sobre una princesa que cuestiona todos los mandatos de sumisión y se carga al reino entero.
También en La Pampa encontramos un grupo (ANDAR) que tiene como escenario las aulas, a partir de salita de 4. “Rosa y Celeste” -de Edith Gazzaliga y Marcelo González- lleva 8 años recorriendo escuelas con una puesta muy simple que en tres escenas viene a cambiarles a los más pequeñitos modelos que muchas veces persisten aún dentro de sus propias casas. Lo más trillado es, para ellos, revelador: el hombre que vuelve a casa del trabajo, se desploma en el sillón para hacer zapping y exige la comida mientras le reprocha a su mujer que no hace nada en todo el día… Pero ellos acaban de ver cómo esa ama de casa corrió para llegar a tiempo con todo y se lo dicen a gritos. El final feliz, aparece con el señor calzándose los guantes para lavar los platos. ¡Aplausos! Edith sonríe con una mueca, pero por las dudas aclara: “No creo que sea una cruzada feminista, es simplemente hablar de igualdad de derechos y de nuevas masculinidades”. Pablito (Escobar) clavó un clavito, qué clavito clavó Pablito.

El brazo musical de este de este Cartel contracultural y antimachista es Majo Turner, una sicaria del pentagrama. Majo armó su repertorio en base a la idea de Vicky Pereyra Rozas –la de la colección Yo soy Igual, indudable alma mater de este movimiento, la Patrona del Bien-. Su cancionero incluye valsecito, rockanroll, murga y hasta una pista de karaoke con parches y redoblantes para que los chicos inventen su propia marcha de protesta. Apenas una discípula si pensamos que María Elena Walsh, hace medio siglo componía Manuelita. ¿Acaso existe manifiesto más sagaz contra la estupidez de las cirugías estéticas?

Valeria Sampedro.
nota publicada en la revista Sophia 
(Abril / 2014)