Hay que empezar desterrando cualquier
fantasía que se parezca a un aviso de desodorante, o peor, de toallitas
femeninas. Eso de la ducha matinal, un desayuno a las apuradas, ¡taxi!, la
falda al viento, chatitas, bandolera, un touch de labial y, anotador en mano, la
primicia. Puaj!!
Yo transpiro.
El periodismo tiene más estereotipos que
mística. La realidad suele ser demasiado cretina para mi máscara de pestañas smoky extravagant. Y si no, esperá que
el termómetro marque 37º de térmica y a tu productor se le ocurra que vayas a
“hacer calor”. Si el periodismo fabrica realidades, yo debo admitir que hice el
calor con más frecuencia semanal que el amor. Conozco cien tipos que fuman y
usan anteojos con marco grueso pero nunca vi a ningún Rodolfo Walsh. Quien diga
que cada nota es un reto, miente pensando en el Martín Fierro. Y ya que estamos,
laburar en televisión te da canjes pero te adosa un montón de prejuicios ajenos
por alguna razón que asocia maquillaje con superficialidad.
“Ustedes no tienen horario, ¿no? Te
llaman en cualquier momento y salís corriendo.” “Sos más linda personalmente.”
“¿La ropa te la dan o la comprás?” “¿Cómo es Santo?”
Ahora mismo, a cara lavada, descalza y en
piyama, disfruto de estar escribiendo. Digan lo que quieran, pero también me puedo
ganar el sueldo en medibacha. Y acá estoy pensándome y pensando sobre la
necesidad que un día tuve de asumir el compromiso. No, esta línea no debería
estar. Suena medio grandilocuente. Lo que quiero decir es que quise tomar
partido. Durante años la
versatilidad me resultó un mérito –la chica simpática de la temporada en Mar
del Plata, cronista imparcial de las movilizaciones a Plaza de Mayo, indignada
con el aumento del tomate, comprometida cada 7 de agosto: señora, ¿viene a pedir o agradecer?-, pero de golpe se volvió
nociva.
Garabateando en mi cuaderno Gloria apareció
una idea, la de una Mujer Sujeto que reaccione al bombardeo de tips, a los
consejos para disimular los rollos en la cama y a saber si conviene o no tener
sexo en la primera cita. En terapia esto sería catarsis, pero al colectivo
feminista le gusta hablar de "empoderamiento". Empecé a escribir para
un portal femenino; es decir, machista (je). Mis notas le peleaban protagonismo
a las cirugías de las celebrities, al bikini bridge y lo último en cavados para
atraer todas las miradas de la playa. Aprendí que si usaba la palabra clítoris,
la nota ranqueaba mejor. Y así como los músicos mencionan a Pugliese, a mí me funcionaba
mucho poner “Rampolla” y “masturbación”.
Tengo comprobado que causa cierto espanto declararse
feminista. Por las dudas, yo digo que lo mío es conciencia de género. Nada de
andar quemando repasadores porque cuando volves a tu casa después de nueve
horas, tu hijo te pasa la factura y se aferra a la niñera como si fueras una
extraña, mientras tu marido, moderno y colaborador, te pide que le alcances
algo fresco, que está cansado. Que porfa por esta vez cambies vos los pañales,
que él después levanta la mesa y saca la basura. Ojo, que entre mis
descubrimientos menos pensados está el de la cocina. Pasé de los fideos con
aceite y el medio tomate pudriéndose en la heladera, a la reivindicación más
fundamentalista -como buena conversa-, casi militancia de la vuelta de la mujer
a las ollas y sartenes. Es más, hoy mis canales favoritos, le confieso Santo,
no son ni TN ni Canal 13 sino… Utilísima y Gourmet.
Pero hay días en que el ´empoderamiento` se
apodera por completo de mí y no tolero ningún atisbo de machismo. Ni que me
cedan el asiento en el subte, guay que intenten cosificarme con un piropo por
la calle y ni hablemos de que un idiota al volante me mande a lavar los platos.
Esos días, en casa pedimos delivery.
Me acuerdo de un informe que propusimos
junto a una compañera del canal hace algunos veranos: “Sin tetas hay paraíso”, donde cuestionábamos el presunto ideal de
belleza y proponíamos asumir e imponer el escote chato. La nota planteaba un desafío doble: concientizar al macho argentino de que el
tamaño (el nuestro, claro) no importa y colar la palabra tetas en Telenoche. “Lo que irrita es la exaltación de la
imagen. Lamentablemente la mujer sigue siendo objeto” me dijo hace poco la
colega Dionisia Fontán, con sumo cuidado para no pincharme el globo de mi
reciente militancia. Una pionera Dionisia. Fue la primera en
tener una columna dedicada a La Mujer, en la revista Siete Días. Y ya se
quejaba porque las periodistas quedaban relegadas a temas femeninos –nada de
política o economía-, notas sociales y temas hogareños, cuidado de las plantas,
puericultura, asuntos de belleza. Estamos hablando de una época en la que las
mujeres –atenti con el dato- firmaban sólo con sus iniciales en los principales
diarios, a diferencia de los periodistas hombres que figuraban con nombre y
apellido. Años setenta, no 1810.
Cuarenta años después, la temperatura en radio parece ser un dato reservado
exclusivamente a las locutoras, junto con la lectura de mensajes de los oyentes
(¿por qué no habrá hombres al micrófono que nos hagan las PNT?). Y está
lleno de programas de televisión con “secretarias” cuyo único rol es alcanzarle
al conductor una bandeja o sostenerles el micrófono, ahí paradas sonriendo,
estáticas, como un adorno en la pantalla. Eso sí, entre tanto panelista
que opina sobre todo -desde el romance Wanda Nara-Icardi hasta del colapso
energético, pasando por lo bien que le quedaron las lolas a Vicky Xipolitakis- se
reservan un informe para la mujer golpeada del día. Suena horrendo pero la
violencia de género se puso de moda y muchos incorporan el tema como parte del show,
banalizándolo por completo. Eso, se llama espectacularización de la noticia. Uy,
me enojé y me fui para otro lado…
Pensaba que la nota más osada que hice fue una que cuestionaba esa pátina
que lo tiñe todo de rosa en las revistas femeninas. El problema es que había
sido escrita nada menos que para una publicación
hecha en letras de molde fucsia, las editoras se sintieron aludidas y
decidieron bajarla. Una lástima, la autocrítica me parece siempre el mejor
punto de partida. Por eso decía al principio eso de que hay que sacudirse la
mística. Esta iba a ser una crónica del día a día de una periodista en su
trajín cotidiano de salir a buscar y contar las noticias. No me salió escribir
sobre cómo peleo cada nota y que amo lo que hago y que lo sigo eligiendo cada
día. Salió esto, una crónica en pantuflas. Ni siquiera una crónica.
Valeria Sampedro.
(publicado en Revista Sophia / marzo 2014)
Quería decirte que siempre por alguna razón que no tenia bien claro, admiré tu trabajo, ver como diariamente te mandaban a los lugares mas heavy, a hacer notas de todo tipo, te sentía una mujer con caracter, no es facil meterse en esos lugares que vos soles andar, yo que conozco bastante el conurbano, valoré siempre en vos, pero al ver esta nota, me doy cuenta que tengo un montón de otras razones para admirar tu manera de encarar tu vida y trabajo. Ojalá logres el lugar que te mereces en este mundo de hombres. Carlos Parodi
ResponderEliminarGracias Carlos, lindo comentario. Saludos.
ResponderEliminarDionisia Fontán hacía una columna los domingos para La Nación en un genial suplemento para chicos. Hace como 30 años!!. Se llamaba La columna de Sabrina y relataba cosas que le pasaban a una adolescente mirando a los demás. Me recuerdo leyéndolo y pensando qué difícil será ser grande!!. Somos lo que aceptamos o no. Nuestros límites, nuestras ganas de luchar por conocernos.
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