Lejos de cualquier
estereotipo, minando cánones y al compás de la valiosa reedición de su obra
(Corregidor), una aproximación diferente a la escritora que rechazó las
vanguardias y contribuyó a la reivindicación feminista, sin abandonar el lápiz
labial.
Mientras la lucha
por la igualdad de género siga siendo un ismo,
habrá que buscar mujeres que rompan moldes. Una lástima que a esta altura, las
heroínas tengan todavía esa misión. Ya va siendo hora de rematar el discurso de
los hijos como lastre, la abnegación, el sacrificio y blá. Si es cierto que en
este siglo nos toca ser mujeres orquesta, usemos la batuta para abollar la culpa
y ahorrarnos posibles frustraciones.
Por
eso Clarice Lispector. Aún
sin querer ser ejemplo de nada, odiando los rótulos, y sosteniendo hasta el
cansancio que con lo que hacía no buscaba cambiar el mundo “sino florecer”.
Todo lo que ella
fue, lo era a la vez. Mezclado y superpuesto. Escritora. Ama de casa. Periodista.
Madre. Esposa. Artista plástica. Abogada.
Sólo dos líneas de su biografía: nació
en Ucrania en 1920, pero se crió en Recife y vivió casi toda su vida en Brasil.
Fue concebida por una superstición y eso la marcó para siempre. "Mi madre ya estaba enferma, se creía que
tener un hijo curaba a una mujer de su enfermedad. Entonces fui deliberadamente
creada: con amor y esperanza. Sólo que no curé a mi madre. Y siento hasta el
día de hoy esa carga de culpa. Me hicieron para una misión determinada, y fallé”.
Fue una niña pobre -pobre
de casi no tener para comer-, alegre y fabuladora. A los siete empezó a
escribir cuentos sin hadas, extraños cuentos inspirados en sentimientos en los
que nunca Había una vez… Acostumbrada
a la incomprensión y casi orgullosa de su singularidad decía que nunca había
visto nada más solitario que tener una idea original y nueva. “No hay apoyo de nadie y uno apenas cree en si mismo…”
Sin embargo, renegó del lugar de
vanguardia que le asignó la crítica, fascinada de repente cuando se publicó su
primera novela “Cerca del corazón salvaje” (1944),
que pronto la convertiría en un fenómeno literario. "No entiendo
de qué hablan, pero siento ese falso vanguardismo, lleno de modismos, frío,
calculador, poco humano". Prefería
mantenerse al margen de la discusión académica. A lo sumo, concebía su obra en
términos de “arte”, “experimentación”, “autoconocimiento”.
Con esa mezcla de altivez
e indiferencia, una jovencísima Clarice empezaba a cultivar el misterio. Mientras
el movimiento feminista incendiaba repasadores, ella provocaba, jurando disfrutar
de la vida doméstica. Y ahí estaba, en el living de su casa, con su máquina
Olympia en la falda y Pedro y Paulo revoloteando alrededor. Se podía ejercer
como madre full-time y al mismo tiempo escribir. Se podía vestir de gala para
acompañar al marido diplomático, y escribir. O dedicar
una tarde a exterminar las cucarachas de su cocina y luego escribir una receta
de cómo matarlas bien muertas. Y también se podía mentir descaradamente la edad;
porque sí, por pura coquetería: “Eres moralmente tan anticuada que consideras
la vanidad femenina una frivolidad..?”, interpelaba
a sus lectoras.
Lo suyo no fue
una pose. Clarice era todas y cada una de esas mujeres. Y fue también Tereza Quadros
y Helen Palmer y la ghost writter de Ilka Soares, una actriz con ínfulas
narrativas, en pleno auge de las revistas femeninas. Porque a pesar de esconderse
detrás de los seudónimos, ahí estaba su letra. Eso era también lo que Clarice
tenía para decir.
Y decía: “Una vez me
ofrecieron hacer una crónica de comentarios sobre acontecimientos, sólo que esa
crónica se haría para mujeres y dirigidas a ellas. La propuesta terminó en
nada, felizmente. Digo felizmente porque sospecho que la columna iba a derivar
hacia asuntos estrictamente femeninos… como si la mujer formara parte de una
comunidad cerrada, aparte y, de cierto modo, segregada. Pero mi desconfianza
venía de acordarme del día en que una joven vino a entrevistarme sobre
literatura y, juro que no sé cómo, terminamos conversando sobre la mejor marca
de delineador líquido para el maquillaje de los ojos. Y parece que la culpa fue
mía. El maquillaje de los ojos también es importante, pero yo no pretendía
invadir las secciones especializadas, por bueno que sea conversar sobre modas y
sobre nuestra preciosa belleza fugaz”.
Valeria Sampedro.
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