Es
un método que usan algunas etnias para controlar la sexualidad de sus mujeres.
Cada año, dos millones de jovencitas son amputadas: les extirpan el clítoris.
En tiempos de reivindicación de los pueblos originarios, ¿cuáles son los
límites de la cultura? Nos responde Efua Dorkenoo, la médica que lucha cada día
para erradicar esta aberración.
“Tenía
siete años cuando fui mutilada. Aquello fue una fiesta, durante un mes me
hicieron sentir como una princesa: todo el mundo me regalaba bombones, flores,
juguetes. No te lo podrías imaginar... Luego, vino la pesadilla” (Najma Ahmed Abdi, Somalia).
Najma es una de las 130
millones de mujeres en el mundo que hoy podrían contar el mismo horror. Ciento
treinta millones de mujeres amputadas: les sacaron el clítoris a modo de
“bienvenida” al universo femenino. Aunque parezca mentira, esta práctica tan
ancestral como ultramachista sigue vigente en, al menos, 28 países del planeta.
Principalmente, en África.
Acaso estemos ante el
mayor fracaso del feminismo en su siglo de lucha por la igualdad. Si el clítoris
supone el símbolo más contundente de la liberación de la mujer, quien ha
logrado apropiarse de su cuerpo, ejercer su sexualidad y buscar el placer sin
culpas, la mutilación genital femenina (MGF) es la demostración más brutal de
que el patriarcado sigue en las trincheras. ¿O tendremos que hablar
directamente de fracaso de la civilización?
Efua Dorkenoo no cree
que sea tan así. “Es un mecanismo complejo para controlar la sexualidad femenina
en algunas sociedades, lo que refleja sí una desigualdad profunda entre los
sexos y constituye una forma extrema de discriminación contra la mujer. En mi
experiencia, los extranjeros encuentran esta complejidad difícil de entender,
pero no es más que un reflejo de la falta de poder de las mujeres en esas
comunidades donde la supervivencia depende de estar casadas y, a su vez, la
mutilación está vinculada al casamiento. Incluso las propias víctimas llegan a
convertirse en defensoras de la práctica. La mayoría de las madres piensa que
están haciendo lo mejor por sus hijas, y que de esa manera evitarán que las
niñas sufran más adelante el rechazo social.”
Esta ghanesa oriunda de
Cape Coast, de 63 años, es una referente mundial en el tema. Se formó como
médica, se especializó en salud pública y desde hace treinta años lucha para
erradicar la ablación, hoy, como directora de un programa especial contra MGF
desde la organización Equality Now, con sede en Londres. Entrevistarla es
meterse en un pasadizo que te lleva a una edad de piedra en pleno siglo XXI,
con un registro completamente distinto de lo que entendemos por cultura. El
recorrido abarca mucho más que un puñado de pueblitos perdidos en el África
profunda, Asia y Oriente Medio. Aunque resulte inverosímil, también en Europa y
Estados Unidos se practica la mutilación como ritual de iniciación.
“En la década de 1970
yo estaba haciendo un curso de obstetricia como parte del entrenamiento para
ser enfermera, en una maternidad de Sheffield, Inglaterra, cuando una mujer
somalí llegó para parir. Había sido sometida a la forma más radical de esta
práctica, la infibulación, que es la escisión total de los genitales externos y
la sutura de la abertura vaginal. No había espacio suficiente para el parto por
vía vaginal. En aquel momento, los médicos británicos no tenían conocimiento de
la mutilación femenina. No había protocolos clínicos y no estábamos preparados para
un parto así. Al ser la única persona negra en la sala de partos en ese
momento, mis colegas me miraron como pidiéndome explicaciones de qué era eso.
Algunos pensaron que la mujer había tenido un accidente que le había causado
esas cicatrices. Yo sabía que la clitoridectomía era practicada por algunos
grupos étnicos de Ghana, pero no tenía ni idea de que existían formas tan radicales
de la ablación genital. El dolor innecesario que atravesó esa mujer y la
indignidad a la que fue sometida, rodeada de profesionales blancos, que la
revisaban de manera insensible, la indagaban y traían equipos de estudiantes de
medicina para mirar su vulva mutilada... Todo eso tuvo gran impacto en mí como
africana y como mujer. Decidí aprender más sobre el tema y finalmente he
dedicado mi vida a esto.”
¿Cómo
explica esta práctica? ¿Es por razones culturales, religiosas?
Al igual que otros
comportamientos sociales, esto tiene que ver con un sistema de creencias muy variado
y complejo. Por un lado está la expectativa de que los hombres se casan sólo
con mujeres que han sido sometidas a la ablación; el deseo de un matrimonio,
esencial para la seguridad económica y social de esas mujeres, así como para el
cumplimiento de los ideales de feminidad, da cuenta de por qué persiste esta
costumbre. Muchos la consideran una “buena tradición”, un requisito religioso o
un rito necesario de pasaje a la adultez. Otros creen que garantiza la
fidelidad de las mujeres, que aumenta el placer sexual masculino o suponen que
evita la promiscuidad. También existe el mito de que si no se corta, el
clítoris crecerá en forma excesiva. En cuanto a las religiones, se puede
encontrar entre cristianos, judíos, musulmanes y también entre seguidores de las
creencias indígenas.
En
una época en la que se reivindica a los pueblos originarios en el mundo entero
y a sus culturas, ¿cómo se hace para tolerar semejante aberración?
Depende de a quién se
le esté hablando; en mi experiencia, la gente se pone a la defensiva si siente
que la están atacando. Por lo tanto, se requiere un enfoque estratégico y un
acercamiento basado en el respeto para hacer frente al problema. Yo empecé en
esta lucha en los años 80; en aquellos días el tema era muy controvertido.
Quienes suscribían a estas prácticas sostenían que se trataba de un derecho
cultural. Y cualquier debate sobre la cuestión era recibido como imperialismo
cultural o racismo. Mi primera tarea fue la de establecer vínculos con los
indígenas defensores de los derechos humanos en los países que la practicaban,
para dar voz a esa lucha a nivel internacional.
¿Y
qué pasó desde entonces? ¿Alguna comunidad puso fin a la MGF?
Hubo un cambio radical
en la política sobre la mutilación genital desde la década del 80 hasta hoy. Muchos
gobiernos han pasado de una posición de negación y política cero sobre el tema,
a por lo menos aceptar que se trata de una cuestión de derechos humanos. En
1997, veintidós países africanos se unieron a la Organización Mundial de la
Salud para poner en marcha un plan regional de acción para erradicar esta
práctica. Y de ellos, actualmente diecisiete ya tienen leyes contra la ablación.
Pero una cosa es que se prohíba y otra muy distinta es lograr que se termine definitivamente.
Si bien las leyes son importantes, por lo general, no alcanzan para lograr un cambio
real en los comportamientos. Hacen falta cambios estructurales y educativos. De
acuerdo a las últimas estadísticas sobre MGF, la práctica está disminuyendo en
África, pero muy lentamente. Todavía hay grupos étnicos con altísima
prevalencia (en países como Sudan, Somalia, Sierra Leona, Guinea o Egipto llega
al 90%).
¿La
mutilación genital es una forma de esclavitud?
Es importante tener en
cuenta que la sexualidad femenina ha sido reprimida de formas variadas, en
todas partes del mundo a lo largo de la historia y esto sigue aún hoy. Las
esclavas en la antigua Roma tenían uno o más anillos puestos en los labios
mayores de la vagina para evitar que quedaran embarazadas. Cinturones de
castidad fueron traídos a Europa por los cruzados en el siglo XII. Hasta hace
muy poco, la clitoridectomía se realizó como un remedio quirúrgico contra la masturbación
en Europa y Estados Unidos y la cirugía genital innecesaria continúa hasta el
día de hoy.
¿No
cree que las religiones son cómplices silenciosas?
Es una cuestión
cultural más que religiosa. La ablación no está mencionada en el Corán y
tampoco en la Biblia. Yo diría que tiene más que ver con la forma en que los
textos religiosos han sido interpretados por líderes religiosos varones y
socialmente conservadores. Además, creo que la práctica prospera en áreas donde
las enseñanzas religiosas buscan subrayar el control de la sexualidad de las
mujeres.
Valeria Sampedro.